—Pero si vos sos capaz y muy inteligente…
y ya estás metida en el asunto.— dijo mi madre mientras desayunábamos un emparedado
en la soda Bedu del Mercado Central, parada que hicimos antes de ir a los
estudios de Canal 13.
Yo tenía algunos años pensando
que lo peor que podía ocurrirme era pasar a tocar saxofón a un escenario. Me daba pavor lo vacío que estaba el escenario y lo lleno que estaba el público, quienes casi siempre eran padres y hermanos ansiosos por que terminara todo e irse a Burger King. Veinte minutos antes de salir sentía un vacío horrible en el
estómago, y cuando ya estaba caminando hacia el atril tenía las manos sudadas y
los ojos perdidos –a veces buscando los lentes de mi abuelo en la primera
fila–. Pero no. Hay otra cosa peor que esto, y es la vergonzosa historia de
cuando tenía 13 o 14 años:
Mi madre decidió inscribirme en
un programa de preguntas a lo Quien quiere ser millonario –también he tenido
que ver con QQSM "gracias" a mi madre, pero eso es otra historia–, versión
Sinart. De esta experiencia he sacada muchas conclusiones, pero la que importa
acá es que ese día di con que lo peor que podía pasarme en la vida no era el
escenario musical, sino las cámaras y los presentadores tontos en un set
descuidado. Hasta la fecha de hoy no he podido recordar mucho de lo sucedido al
comenzar la grabación, posiblemente porque en esos momentos me imaginaba a mi
hermana tirada en el piso de tanto reír, viéndome nerviosa metida en un camisón
amarillo de Perimercados. Juro que tengo una vorágine en mi impecable memoria sobre esos momentos. Solo recuerdo el final del terrible concurso que me
patrocinó un viaje aburrido a Limoncito lluvioso, de donde solo extraje fotos
saltando en la playa para mi Hi5.
Por eso cada vez que voy a tocar
seriamente en un escenario o en un examen con profes al frente, respiro y
agradezco el no estar en ese sillón ochentero del Sinart respondiendo preguntas
al presentadorcito ese que se trababa lo más seguro por ojear a la asistente
del programa, quien era su reciente esposa trofeo.
—Bueno ya, ni que te hubiera
llevado a Sábado Feliz.— posiblemente dijo mi mamá cuando salí bufando por el
acto vergonzoso que acaba de hacerme cometer.
La verdad hubiera preferido salir
en el segmento del Palí, haciendo gala de mis dotes para comprar y correr.
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