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15 de noviembre de 2010

Viajes de una niña ronca (tomo I)



Por alguna razón extraña cuando yo era niña prácticamente no tenía voz, era molestamente afónica... pero ese no es el punto de esta historia.
El punto es que un día de estos que iba en el bus del cole recordé vívidamente los momentos (terriblemente horribles) de mis primeros meses cuando entré a primer grado y viajaba en bus que iba de Moravia a Barreal de Heredia. ¿Cómo empezar? Figúrense en su imaginación el típico bus gringo amarillo con "Blue Bird" en todos los putos asientos, como si no quedara claro el mensaje. Con decenas de postales de "Jehová es mi pastor, bla bla blá" y "No smoking" psicodélico o un muñeco rasta de palito, oh sí, y la carita feliz que ya olvidé el nombre; cosas noventeras adheribles a las superficies.
El chofer: Un señor mayor, pequeño, rosadito por el sol, y endemoniadamente cascarrabias, especialmente conmigo, como si yo fuera la hija del oficial de tránsito que siempre lo multa al frente del banco, cuando estaciona en línea amarilla.
El asunto es que desde el primer día que me monté escribí mi destino de un año Sí. Por despistada e insegura, corroboré mil veces frente a mí que el bus decía "Ruta 14, Moravia-Tibás" y no me montaba por miedo a que fuese incorrecto. Subí de última y naturalmente no agarré campo adelante, donde por orden y regla general de todo autobús estudiantil, los "chamacos" -como nos decían despectivamente los mayores- deben viajar. No recuerdo en donde me acomodé, pero fue un gran error no haberme subido de primera con mis contemporáneos: quedé vagando todo el año de campo en campo.

Recuerdo que regularmente viajaba como en el cuarto campo, con una de tercero y ella me hablaba amablemente pero luego llegaban otras malvadas, Karol y Andreína, y ella se convertía al satanismo inmediatamente... Me halaba el pelo, me ofendía y me usaba como muñeca de trapo, mientras las otras se cagaban de risa y luego bipolarmente me... ah, no importa, no quiero que la historia agarre un matiz de testimonio de niña abusada, sí, bueno, al día siguiente yo me subía y Don William, el chofer, me decía tajantemente "PARA ATRÁS". Y yo no sabía porqué. Le preguntaba y recuerdo que lo único que llegó a decir fue como "Usted ayer se portó muy mal y estaba muy inquieta" o "No para de molestar, usted"... Creo que es que me confundía con otra igual de tierrosa y hombruna como yo en mis tiempos re-mozos. Y bueno, habían días que me tocaba irme con Juan Carlos, el niño inquieto maloso pero pura vida, y me divertía pero eso hacía que me pasaran aún más atrás con los hermanos creídos de apellido Roldán -machejos creídos-. Me hacían irme en el piso. ¡¡¡EN EL PISO!!! Y si ellos se hartaban me mandaban más atrás, ay! juepucha, sólo los grandes se iban atrás. Naturalemente me echaban y se mofaban de mi ronca voz, y me mandaban adelante de nuevo, con Juan Carlos... o peor con Mariela, la loca que se transformaba. Un día que no había pasado N-A-D-A me subí y don William solo dijo "PARA ATRÁS" y yo me puse a llorar y dijo "Se va con los gemelos". OH NO, fue lo único que pensé, o sea, si me sentaba ahí ellos iban a estallar de risa y patearme de su campo, bien pues, caminé hasta el campo de "los gemelos" me senté, y una muchacha que me vio sentarme, antes de que vinieran ellos me dijo "Chiquita, ¿la mandaron a sentarse con los gemelos? Ay no, vengase conmigo, pobrecita"
Me fui con ella y hasta dormí en sus regazos, todo un ángel caído del cielo. Desde ese día me hice cristiana y creí en los milagros (No es cierto, pero... sería bonito decir eso), me sentí realizada, coño!, no había tenido un día en el que no me halaran del mechudo pelo, o que se mofaran de mi voz, que me hicieran bailar por todo el bus en busca de un maldito campo, o de esas locas diciendo "Que-bo-ni-to-pe-lo" mientras me lo cortaban y sacaban con las garras. La pesadilla terminó hasta que terminó el año.
La pesadilla de vagando y mendigando por un campo. Pero en segundo grado me siguieron jodiendo, y no sé porqué la verdad, ya mi voz en ese entonces no era tan ronca. El segundo grado queda para otra entrada.
Ahora veo a los niños de mi bus. Qué historia tan diferente. Ahora ellos invaden nuestros campos cuando les da la gana, nos gritan, nos ignoran y no nos regalan merienda, antes todos estabamos galleta en mano cuando los de quinto año se subían, por que sí, había que quedar bien, pero un día hasta me agarraron de mona y me dieron unos apetecibles panquecitos de Marinela, no sé, algo así, lo abrí con mucha hambre y mi sorpresa al ver todo el hijueputa moho que cubría a los panquecitos, o el día en que un chamaco me dio un fresco fermentado, not cool at all. Ahora rogamos por que dos chamacos se vengan para atrás con nosotros, los niños juegan bulliciosamente y cuidado el que los calle, porque se gana una batalla a muerte con Mauricio, el chamaco ronco que detesto (sí, jajaja que irónico). Qué mal, qué mal. No sé si decir "Ojalá todo fuera como antes" u "Ojalá antes todo fuese como ahora"
Ya apesta ir atrás.

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